Sin embargo, afirma que «está envenenada por el origen de la firma y la carga ideológica con que nació y que todavía persiste en ella».
No es la hora de tirar por la borda una estrategia reformista que ha sido exitosa, Correa Sutil
«Ha madurado la noción de que tenemos una Constitución desprestigiada, lo que es una buena razón para su reemplazo», opina el abogado DC y académico Jorge Correa Sutil, amparado en su doble experiencia como político y jurista tras haberse desempeñado como subsecretario de Interior del gobierno de Lagos y miembro del Tribunal Constitucional durante la primera administración de Bachelet. Desde esa perspectiva interviene en el debate constitucional tras las reveladoras definiciones que hizo esta semana el ministro del Interior.
—El ministro Burgos dijo que una nueva Constitución pasa necesariamente por el Congreso y las reglas de la actual Carta, y que otra vía es un «atajo».
—El «atajo» es ruptura institucional. El programa de gobierno dice que el proceso debe ser institucional, participativo y democrático. Fuera del Congreso no puede ser ni institucional ni democrático. No puede ser institucional porque rompe las reglas de la Constitución, que dispone un modo de reformarla que pasa necesariamente por la aprobación de los 3/5 o 2/3 de los parlamentarios. Fuera del Congreso no hay reglas posibles, ni siquiera para una asamblea constituyente, porque es el Parlamento el que debe determinar la forma de elegir a los miembros de esa asamblea, con qué mayorías se aprobarán las reformas y cómo se va a plebiscitar el nuevo texto.
—Burgos también opina que esta Constitución «le ha dado buenos 25 años a este país».
—Coincido plenamente con eso. Estamos ante una paradoja. Por una parte tenemos una Constitución a cuyo amparo la democracia ha funcionado, con alternancia en el poder, plena expresión de la ciudadanía y creciente goce de las libertades y derechos económico sociales. Esta Constitución ha permitido, como pocos momentos en la historia de Chile, gobiernos extraordinariamente exitosos y realizadores. La paradoja es que esta Carta constitucional no goza de prestigio, porque sigue percibiéndose como la Constitución de Pinochet y sigue siendo enarbolada habitualmente por la derecha para oponerse a políticas socialdemócratas. En eso la Constitución está envenenada no sólo por el origen de la firma sino también por una carga ideológica con que nació y que todavía persiste en ella. Mientras la izquierda y buena parte del centro la perciba como el instrumento para oponerse a las políticas socialdemócratas no va a ser la Constitución de todos, por lo tanto discutir una nueva Constitución es razonable, prudente, porque es muy grave que una Constitución no sea apreciada. Debe ser la casa de todos.
—Más allá de su origen y ese uso por parte de la derecha ¿la actual Constitución es democrática?
—Es una Constitución que ha ido deviniendo en democrática, con una sola excepción, que son las leyes orgánicas constitucionales. La Constitución acepta que algunas decisiones no se tomen por mayoría: aquellas que hacen posible la democracia, el resto es un problema de resolución por mayoría porque todos somos iguales. Por lo tanto los partidarios de conservar el orden y los que quieren cambiarlo tienen que pesar igual. No es posible que aquellos que quieren mantenerlo puedan pesar más. Por ello, una Constitución que establece supramayorías para políticas públicas tiene un déficit democrático; ese punto de la actual Constitución debe ser corregido.
—Por lo tanto…
—A mí me parece que la Constitución es democrática, salvo en el punto que señalé, pero en muchos aspectos no es adecuada. La crisis de Chile no es de derechos, Chile no está en crisis por la forma en que la Constitución ha garantizado derechos y desgraciadamente el programa de la Nueva Mayoría concentra en eso la idea de una nueva Constitución. Lo que está fallando en Chile es la arquitectura del poder, las reglas sobre el poder, que están en las leyes políticas y en eso el gobierno tiene una agenda muy importante (financiamiento de la política, organización de los partidos, etc.). A la Constitución le falta ordenar esas leyes políticas, guiarlas y abrir espacios de participación. Ese debate no se ha dado.
—Usted dice que para cambiarla hay que seguir las reglas de la misma Constitución, pero colegas suyos como Fernando Atria argumentan que ese no es el camino porque la Constitución y sus mecanismos son tramposos.
—Si entendemos por «tramposa» una Constitución supramayoritaria, todas las constituciones por definición lo son. Son un conjunto de reglas por las cuales no puede disponer la mayoría porque son precondiciones para que siga existiendo la democracia. Por otro lado, la Constitución puede ser considerada tramposa porque las reglas para el cambio están trabadas, no sólo por el carácter supramayoritario, sino por la manera en que son elegidos los parlamentarios. Esa cuestión se va a despejar a partir del 2018, la pregunta es si podemos esperar.
—Entonces, tener una nueva Constitución pasa por resolver la disyuntiva ruptura o reforma.
—Yo nací a la vida política en la discusión de fines de los ochenta respecto si íbamos a enfrentar a Pinochet por la vía de las propias reglas de la institucionalidad o intentaríamos hacerlo desde afuera. Triunfó la tesis de que íbamos a meternos a la institucionalidad y derrotar al dictador con un lápiz, o sea una tesis reformista. Y hemos sido notablemente exitosos: terminamos con la exclusión del artículo octavo, los senadores designados, la tutela militar sobre los civiles, el sistema binominal. La estrategia reformista no ha sido una estrategia fracasada, no lo ha sido nunca. La historia de Chile está llena de ejemplos reformistas notablemente exitosos: los gobiernos de Frei Montalva, Aguirre Cerda, en fin. Cuando nos queda un sólo rasgo antidemocrático en la Constitución de 1980 no es la hora de tirar por la borda esta estrategia exitosa sino que insistir en ella.
—Los partidarios de la asamblea constituyente plantean como mecanismo de entrada un plebiscito y luego apelar a la creatividad jurídica para buscar los caminos.
—Frente a eso tengo objeciones institucionales y políticas. Si el plebiscito es una mera consulta, no vinculante, no es inconstitucional en sí, pero me parece políticamente irresponsable, porque no tiene continuidad posible si no se vuelve a pasar por el Congreso para definir las reglas de una asamblea. Además, en un gobierno con tan bajo apoyo que ni siquiera logra ordenar a su coalición genera una tensión entre sus actores que puede terminar destruyéndolo. Vengo oyendo hace dos años a Atria y el resto diciendo que «primero hacemos un plebiscito y luego vemos la forma». Si hasta ahora no han dicho cuál es el paso siguiente es porque no se les ha ocurrido.
—Con realismo ¿será tarea de un próximo Parlamento?
—A menos que este Congreso decidiera emprenderlo, ya sea por sí mismo o a través de una asamblea constituyente. Eso es perfectamente legítimo, pero yo no veo agua en la piscina y no va a haber mientras no discutamos qué es lo que queremos modificar de esta Constitución. Me parece difícil destrabar la forma mientras no haya una discusión sobre el fondo. Todas las constituciones en Chile se han construido sobre ideas fuerza: las portalianas formaron la de 1833, las parlamentarias la de 1891, la vuelta al presidencialismo y el estado de bienestar la de 1925, la ruptura de los enclaves autoritarios informó las reformas de 1989 y 2005. ¿Cuál es la idea fuerza que construye el proceso constituyente hoy? Una asamblea que se reúna sin tener una idea fuerza que la congregue está destinada al desorden y el fracaso.
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