Este artículo analiza el proceso post erupción volcánica en Chaitén y las tareas que se impuso la autoridad política al contratar un estudio para tomar decisiones sobre la localización de la población y el futuro de la ciudad, las que se hicieron efectivas el año 2010. Sostenemos que existe una importante asincronía entre lo que demandan las familias locales, la elaboración de las propuestas académicas y la decisión política para rehabilitar Chaitén o construir una nueva ciudad. El artículo se basa en registros etnográficos realizados in situ por los autores e información secundaria recopilada de informes académicos y archivos de prensa.

INTRODUCCIÓN
Aunque la presencia de volcanes y actividad volcánica en los extensos territorios poco poblados de la Patagonia Occidental es de antigua data (Martinic 2008) y aunque al sur de Puerto Montt el volcán Hudson presentó episodios de actividad en 1930, 1971 y de manera especialmente intensa en 1991 (Besoain, Ruiz y Hepp 1995), ninguna tuvo un impacto mayor sobre la población que la protagonizada por el Chaitén en 2008.
El 2 de mayo, el volcán Chaitén (ubicado en la provincia de Palena, Patagonia chilena), tras innumerables temblores, inició actividad eruptiva con impresionantes estruendos y una gran nube que ensombreció un extenso radio de territorio. Columnas de gases y cenizas alcanzaron más de 25 kilómetros de altura, extendiéndose a la costa atlántica y cubriendo parques nacionales y localidades pobladas de Chile y Argentina, incluyendo, la ciudad de Buenos Aires. La más afectada fue Chaitén, ubicada a los pies del macizo, a unos 10 kilómetros de distancia del volcán. Sus 4.625 habitantes urbanos fueron evacuados por la autoridad, sin pérdidas de vidas humanas. Las lluvias otoñales y la acumulación de cenizas y sedimentos, generaron el desborde del río Blanco, dividiendo el área poblada y arrasando con gran parte de los inmuebles e infraestructura de la zona sur. Las áreas habitacionales y de servicios, el puerto y el aeródromo fueron devastados, y la localidad perdió, paulatinamente, a sus habitantes.
Los expertos y la prensa informaron de una ciudad destruida y arrasada: “es imposible volver a vivir en Chaitén” (La Tercera, 2009). La autoridad regional del Ministerio de Vivienda y Urbanismo ratificó en 2012 que: “… Chaitén completo es un territorio vulnerable frente a peligros naturales, por lo que su ocupación siempre conllevará un riesgo para las personas que lo habiten o realicen actividades en él y también se arriesga la pérdida o el serio deterioro de la infraestructura localizada ahí” (Macaya 2012: 5). Estas y otras afirmaciones enmarcaron la reflexión de las autoridades encargadas de gestionar una solución a los daños que provocó la catástrofe para los evacuados -familiar, laboral y económicamente-, el complejo urbano y la demografía patagónica.
El gobierno de la presidenta Michelle Bachelet definió acciones de apoyo a las familias post desastre: atención médica y sicológica permanente; asesoría en materia de viviendas, disponiendo de una plataforma de subsidios para arriendo; posibilidades de compra por parte del Estado de antiguas viviendas2; y subsistencia en las localidades elegidas como puntos de espera de una solución definitiva.
Simultáneamente, se propuso una relocalización de las familias en Santa Bárbara, un caserío ubicado 10 kilómetros al norte de Chaitén, mediante un proyecto de factibilidad para desarrollar una ciudad a escala y modelo, en sintonía con la identidad del futuro de la Patagonia y acreditada como ciudad ecológica. A pocos días del cambio de gobierno (marzo 2010), que vendría a asumir el presidente Sebastián Piñera, la catástrofe urbana y la diáspora de sus habitantes dejaron de ser el foco de interés para los medios, producto del terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010 y la llegada de la nueva administración presidencial.
Proponemos aquí como tesis que el contenido del tiempo se hizo esencialmente más abstracto, porque el proyecto tuvo valor en sí mismo y las temporalidades de los desplazados, los representantes del Estado y los académicos no lograron sincronía, ya que operaron en distintas escalas y con diferentes intereses. Sin embargo, como sostiene Allard (2009), encargado del programa académico3, siempre se trató de: “evaluar escenarios de retorno, reconstrucción o relocalización de Chaitén”, no obstante, el proyecto no se implementó. Esto reafirmaría lo que sostienen Ugarte y Salgado: “cuando un Estado enfrenta eventos catastróficos como un desastre socionatural, particularmente se tensa la capacidad del Estado para dar respuesta a las demandas ciudadanas a través de políticas públicas participativas” (2014: 146), lo que sería una característica latinoamericana.
El artículo analiza el sentido del tiempo para los actores mencionados, enfatizando la incompatibilidad y tensiones que éstos generan. Para los habitantes, el tiempo del sufrimiento fue permanente y demandaba contención, además de la incertidumbre frente al retorno a una localidad -en la que se hizo la vida- que durante meses se observa destruida y con escasas proyecciones. El tiempo académico, por otro lado, incluye una teorización y análisis para proponer una solución práctica que responda al encargo de las autoridades y les permita tomar decisiones, tiempo por antonomasia reflexivo y luego propositivo. Por último, el de las autoridades y funcionarios del Estado: resolver de ‘forma urgente’ o ‘lo más pronto posible’ es lo que se busca, en un contexto que implica recursos, prioridades, número de votantes o beneficiarios, definiciones territoriales y de inversión pública, o simplemente la disociación constitutiva del modelo neoliberal entre rentabilidad social y económica.
ZONA CERO. De acuerdo al Oxford Dictionary (2014), la expresión Ground Zero o Zona Cero designa una condición de catástrofe o tragedia derivada de un accidente de magnitud de importante cuantificación, asociada a una acción premeditada (e.g. Hiroshima y Nagasaki o las Torres Gemelas en el World Trade Center de New York). Así, ‘cero’ representa un valor de máxima concentración de daño y por extensión al lugar del epicentro de una catástrofe de signo natural y/o social. Ésta denomina un riesgo que ofrece un peligro potencial, muchos desconocidos y no consignados en los mapas, y es “el producto de las interacciones, en el tiempo y el espacio, de aquellas poblaciones humanas expuestas y vulnerables, incluyendo sus medios de subsistencia y obras de infraestructura de apoyo” (Cardona, Gibbs, Hermelin y Lavell 2010: 47).
La activación del volcán Chaitén y su efectos sitúan a la localidad como Zona Cero, ya que ésta configura el espacio en el que se destruye un ‘lugar’ dotado de sentidos referenciales, programáticos e icónicos (Rodríguez 2014) y muestra la interdependencia entre identidad, relaciones e historia (Augé 1993). La catástrofe borra las huellas de las memorias del cotidiano, al desaparecer los itinerarios propios de los actos y los ejercicios compartidos, aquellos de la reiteración y la habituación (De Certeau, Giard y Mayol 1999). Por décadas, y lejos de la modernidad, convivieron comerciantes, pescadores, leñadores, profesores y funcionarios públicos. Por ello, la irrupción de la catástrofe plantea la necesidad de intervenir y restablecer el orden del ciclo diario para los habitantes de la ciudad siniestrada.
LOS TIEMPOS DISOCIADOS: ACADEMIA, COMUNIDAD Y ESTADO
A casi seis meses del suceso, el Gobierno Regional de Los Lagos (24/10/2008) contrata un estudio liderado por la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), la Universidad Austral de Chile (UACh) y la Consultora ARUP, llamado “Consultoría para el desarrollo de lineamientos estratégicos de reconstrucción/relocalización y plan maestro conceptual post-desastre Chaitén”. Con tiempos acotados, más la permanencia y dispersión de los evacuados en distintos puntos del país, se busca generar antecedentes que permitan decidir sobre la reconstrucción o relocalización de la ciudad. La especificidad del tiempo académico está condicionada doblemente. Primero, por las exigencias del mandante, que solicita la revisión y análisis de la información disponible sobre la Provincia de Palena, Chaitén y otros centros poblados; registro de información sobre casos de relocalización; identificación de restricciones para la construcción y áreas de desarrollo; factibilidad, inversiones y costos; y validación y socialización del proyecto derivada de consultas a actores relevantes (Convenio Gobierno Regional de Los Lagos y PUC 2008). Segundo, por el esfuerzo sistemático de teorización de los tiempos sociales, es decir, la aprehensión de las distintas temporalidades individuales y colectivas para representar y dar forma coherente a la sociabilidad, las que varían conforme al peso que tiene la historia, la memoria colectiva y el espacio. Lo anterior, como lo demuestran trabajos en antropología, sociología y geografía, significa una comprensión de que los tiempos no son unitarios y que son esencialmente subjetivos y múltiples, constituyéndose desde la posición particular que se tiene en la estructura social. Entonces, en una consultoría de este nivel de reflexión y exigencia, se trata de abstraer, modelar y comprender las temporalidades sociales y cómo éstas se plasman o pueden materializarse en un proyecto de ciudad post destrucción.
Metodológicamente, académicos y consultores posibilitaron la escucha de lo que unía y separaba a quienes padecían la tragedia. Registraron una quincena de lugares (refugios de los desplazados), tratando de validar la inclusión, fortalecer el capital social y ofrecer cobertura democrática al mandato de la propuesta de ciudad a reconstruir o ser relocalizada. Ahí, a través de entrevistas y grupos focales, se activó un posible ‘volver’, ya no al pueblo pre erupción, pero sí a uno imaginado, “como los pueblos de la Patagonia argentina” -decía la gente-. “Recuperar la capital de la Provincia de Palena desarrollando una ciudad con una fuerte identidad paisajística y cultural, que incorporara criterios de sustentabilidad ambiental, social y económica, y que garantizara una alta calidad de vida para sus habitantes, y se consolide como la puerta de acceso a la Carretera Austral” (MINVU 2010: 11), era el mandato prioritario de la autoridad a los académicos.
Este mandato se materializó en una propuesta de nueva ciudad, la cual debía ser compartida y enriquecida. Sin embargo, frente a la incertidumbre del escenario volcánico y la mantención de ‘alerta roja’, la autoridad política no tomó la decisión de reconstruir Chaitén y el Estado no comprometió recursos en una zona vulnerable. La espera se mantiene para los evacuados.
En relación a la comunidad, la permanencia del estado de ‘alerta roja’, suspendió el tiempo del regreso de los habitantes, ya que el riesgo potencial podía durar años.
La tragedia provocó un cambio radical en las formas de clasificación del mundo y un marcado distanciamiento espacio-temporal de sus habitantes respecto de su origen. La ciudad evacuada y destruida en su parte sur, por efecto de las cenizas y el río, es también la ciudad aislada y de la espera política. Ella fue ‘sentida’ como separada de Chile y como de doble ocupación: la de los volúmenes de la arquitectura y la de las prácticas de operación en el espacio, a través de la sociabilidad y el trabajo.
Dicha fórmula sólo puede ser revitalizada en distintos actos de enunciación. Tales actos se constituyen desde el presente, tanto en los habitantes, como en los académicos y representantes del Estado. Primero, la inhabitabilidad del poblado, según la evaluación de los vulcanólogos, información que las autoridades no podían ignorar, independiente del tiempo que transcurriera. Éstas últimas, tenían que restablecer para los pobladores evacuados de Chaitén una contradictoria normalidad, es decir, volver a ella pero sin retorno a la ciudad. En cambio, el paso de semanas, meses y años mostró, a quienes visitaban sus antiguas viviendas, la posibilidad de recuperación en el poblado desahuciado. Segundo, la prolongación por casi dos años de ‘alerta roja’, generó inacción e incertidumbre sobre la vulnerabilidad del lugar. Y, después, la convicción de que, inevitablemente, la localidad iba a regresar a su apacible cotidiano. Tercero, como señalan Ugarte y Salgado, se produce una nueva relación entre Estado y ciudadanía, instalándose un conflicto por el control de Chaitén, ya que los distintos actores y sus poderes “mantienen derechos, soberanía y potestad sobre el mismo espacio” (2014: 159).
Para los desplazados, se trataba de la propia vida, de la intimidad perturbada, por lo que siempre pensaron en cómo ‘volver a empezar’ objetiva y subjetivamente.
Esto, porque “toda vida social exige un sincronismo mínimo, un acondicionamiento común de las ocupaciones, del trabajo y de las fiestas, de las destrucciones y de los renacimientos que permiten hacer en conjunto lo que debe ser” (Attali 1985: 14). La urgencia del comienzo generó dos situaciones. Por un lado, en el sector norte algunos retornaban, limpiaban la ceniza y salvaban aquello que tardó un siglo en tener la fisonomía de una ciudad, hasta constituirse en sujetos con voz que se legitimaron como ‘los rebeldes’, instalando la idea de que Chaitén era un lugar apto para ser rehabilitado. Por otro, incentivados por la venta de sus viviendas al Estado y el subsidio otorgado en dinero para enfrentar la crisis (arriendo y/o subsistencia), permitió que muchos estuvieran ‘mejor que antes’ y que se abrieran a posibilidades imprevistas limitando el retorno a la localidad.
El tiempo de la institucionalidad del Estado y sus funcionarios tiene que ver con la articulación y constitución de sujetos y comunidades a través de la participación, la deliberación, la legislación y la toma de decisiones para la producción de bienes públicos y administración de los mismos. De este modo, la decisión política implica, por una parte, un proceso de institucionalización de la vida política en un territorio que afecta o afectará la vida en un lugar estratégico para la Patagonia y, por otra, la rearticulación de la vida social en una ciudad ideal, que busca direccionar y dar coherencia a aquello que está desarticulado producto de la catástrofe.
El gobierno central recibe, el primer semestre de 2009, los informes contratados para definir las posibilidades por la existencia de riesgos y porque solo 27.6 hectáreas serían urbanizables. Enseguida, los equipos profesionales del MINVU (2010) elaboran el Plan Maestro para la construcción de la Nueva Chaitén: una ciudad ideal, ícono de la entrada a la Patagonia.
En la propuesta “Consultoría para el desarrollo de lineamientos estratégicos de reconstrucción/relocalización y plan maestro conceptual post-desastre Chaitén” (PUC-UACH, 2009), fueron vaciadas las expectativas de sustentabilidad económica, ambiental y social4. Se trataba de mostrar, visualmente, espacios públicos y recreativos, infraestructura escolar y de salud, conjuntos residenciales, calles y senderos posibles.
Los ‘deseos ciudadanos’ fueron afinados a comienzos del 2010. El consolidado del MINVU se inclinó por una ciudad más armónica y homogénea (con menos segregación), incorporando una costanera, un mercado para la venta de diversos productos y calles en buen estado. Además, planteó la posibilidad de ser sustentable energéticamente, manejo adecuado de los residuos domiciliarios e instaló la demanda de un hospital con especialidades y colegios de calidad (MINVU 2010).
De este modo, el ‘encargo’, ahora documento oficial del MINVU para una ciudad a escala en la entrada de la Patagonia chilena, era también una segunda oportunidad para las familias; un futuro que aún esperaba y era posible. Pero ello pasaba por la decisión de la autoridad política. Los últimos días del mes de mayo de 2010, el proyecto de relocalización es desestimado por las autoridades, debido al alto costo que implica la inversión fiscal, aproximadamente US$ 300 millones. Así, conforme pasaba el tiempo, se fue debilitando el concepto general liderado por profesionales de la PUC y las contrapartes ministeriales, es decir, el proyecto de transformar aquello que en apariencia no tenía dignidad y que constituía un pasado abolido en una ‘ecovilla’ que marcara el ingreso a la Patagonia. Para ello, habían establecido una matriz multivariable que salvaguardaba elementos naturales, elaborando medidas de mitigación, proponiendo infraestructura vial, aérea y naval para la conectividad, desarrollando potencialidades económicas y favoreciendo la sostenibilidad urbana (Allard 2009). Es decir, un modelo de bajo impacto y cuya singularidad fuera ejemplar.
En este caso, los tiempos representan las mediaciones de la mirada, las condiciones de posibilidad para la metamorfosis y la combinación tensionada entre cuestiones de imaginación y de derecho. La primera representa la página en blanco en un tablero de dibujo y las variaciones erráticas del juego de posibles para una nueva espacialidad. Mientras tanto, el derecho ciudadano invoca la necesidad de reconocimiento y la apelación al ‘contrato social’. La síntesis es la manifestación de necesidades y de intereses alternativos para la reproducción de la comunidad en lugares y espacios vitales. También, corresponde a un juego de destinatarios de interlocución, porque el tiempo invocado -más próximo o más lejano- para decir quién se es y de dónde se viene, tiene sus ‘pendientes’ y sus ‘considerandos’. Entre estos, que las comunidades son heterogéneas y estratificadas y por ello establecen posiciones y demandas diversas.
CONCLUSIONES
El caso de Chaitén muestra cómo actores con temporalidades e intereses de diverso contenido no han podido materializar una acción compartida: Nueva Chaitén como ciudad modelo y lugar de entrada a la Patagonia chilena finalmente no se concretó. En paralelo, el tiempo de espera siguió otro curso, (re)configurándose un espacio de viejas y nuevas relaciones sociales en una ciudad devastada por las cenizas, con menos población, servicios, mercado y proyectos colectivos. Por un lado, la ciudad proyectada es un ideal que pocos recuerdan y su condición de verdadera entrada a la Patagonia se posterga una vez más. Lo anterior viene a ratificar un hito en la memoria colectiva local: las promesas incumplidas de autoridades y funcionarios del Estado, durante décadas. Por otro lado, ‘los rebeldes’ chaiteninos retornan a la ciudad; la solvencia económica adquirida antes de la erupción, principalmente por el emprendimiento turístico y hotelero, dificulta trasladar sus inversiones y resituarlas en un lugar incierto, como fue la propuesta Nueva Chaitén.
Chaitén post erupción corresponde al fin de la ciudad secular usada y moldeada por los ciudadanos. Refleja, simultáneamente, lo que se tuvo y lo que se perdió: las experiencias de vida y la posición social, las relaciones funcionales y políticas vigentes. Por eso, la localidad pre-devastación no se deja leer unívocamente en sus referencias pasadas y presentes; siempre está colmada de circuitos de significación, tramas comunicativas que sedimentan varias memorias y un repertorio de posibles que revela sus propios antagonismos y sus múltiples temporalidades.
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