Despachos desde la frontera:Testimonio de un Weichafe

Recogiendo testimonios de los protagonistas del conflicto en el sur de Chile, los periodistas Ana Rodríguez y Pablo Vergara escribieron el libro La Frontera. Crónica de la Araucanía rebelde (Periodismo UDP-Catalonia). Este es un fragmento que recoge los reveladores testimonios de un weichafe.

Testimonio de un Weichafe

(Invierno de 2013)

Nací en la completa pobreza, para qué decirlo. Mis primeros zapatos los tuve a los diez años. Nací en el Lleu Lleu (Octava Región, cerca de Tirúa). Mi madre es del sur de Tirúa. Mi padre fue de los primeros dirigentes (mapuche). Él encabezaba movilizaciones «simbólicas».

En los 90 empezamos a hacer cosas. Eran cortes de camino por la recuperación de un fundo. La pelea duró cuatro años. Dos compañeros de Concepción llegaron en función de apoyo y para dar la experiencia sobre lo que significaba luchar. Ellos nos orientaron. La lucha nuestra en ese entonces era simbólica: hacíamos la ocupación, llegaba la policía y empezaba la negociación con la Conadi y se acababa ahí, chao.

Las cosas fueron así como unos dos años, porque un día a una ocupación llegaron los pacos y no llegaron en la onda de negociar, sino que tirando balines y bombas y empezó un enfrentamiento. Nosotros usamos ondas, palos, wetruwe (lanzapiedras). Hicimos trincheras, armamos una línea de defensa. La estrategia de defensa de los ancestros, que los padres nos ensenaron de chicos, para cuidar las ovejas.

Los mayores recibieron bien a la gente que nos vino a ayudar. Ellos enseñaron a luchar y empezaron a hacer un trabajo más político. Y ellos se engancharon con la cosmovisión. Luchar empezó a entenderse como defender el espacio. Y recuperar el espacio no sólo para trabajarlo, sino recogiendo lo sagrado.

Los mayores no sólo hablaban de espacios sagrados. Además se soltaron y empezaron a contar la historia de su pasado. Narraron y oímos la historia. Ahí en ese humedal, dijeron, hay un espacio sagrado.

Cuando chico, en los 80, era del AdMapu. Salía escondido por la noche. Se avisaba para que uno fuera escondido a las reuniones. Después, en el Liceo Técnico, en el internado, los peñis del hogar hacían trabajo político social en todos los hogares. No todos estaban conscientes en ese tiempo de qué era ser mapuche. (El dirigente) Jose Nain recorría y hacía charlas en el liceo de Lebu, por ejemplo.

Con la gente que llegó me fui formando, conocí otro nivel de lucha, más de calidad, de estrategia.

El weichafe tiene que tener respeto a la vida, incluso a la del enemigo. No va a la pelea a mandar. Los ancianos y los niños se quedan atrás. Son los jóvenes, son la vanguardia, los que hacen sabotaje. El weichafe crece, forma, hace estrategia. Camina. Weichafe es humildad, respeto, dignidad. Pasar desapercibido. Es clandestino. Es dejar casi todo. Y por eso se entiende, entiendo, a algunos peñis en la actitud en que se encuentran hoy, lejos (de las organizaciones).

Fue la vida más bonita que he conocido. Fui feliz. Era cien por ciento lucha. No importaba el frío, sufrir, el hambre, el desprecio. No importaba nada. Todo era caminar. Todo por la lucha. Se forma y se camina, se recorre todo el territorio y se piensa en todo el territorio. Se pasa por el monte comiendo harina tostada y en las comunidades te recibían con mate, sopa, cazuela. Nunca anduve con el estómago lleno, pero el hambre no me vencía.

La primera vez que caí preso no me conocían. Guardé silencio. Me venían siguiendo esa vez y me detuvieron en un bus. Pero cuando caí detenido la última vez, para el enemigo era la clave, la pieza del movimiento mapuche. Según la inteligencia chilena, soy de los seis que fueron a Colombia y además tengo ascendiente en las comunidades.

Uno entiende el trabajo: ellos (la inteligencia del Estado) trabajan en lo que uno hace.

Mi última detención fue en un allanamiento. Fueron cien efectivos los que allanaron mi comunidad. Me llevaron a mí y a otros seis peñis. Fue de madrugada. No había armas en mi casa, solo unos juguetes de mis hijos y verlos a ellos mirando cuando les levantaban las camas, eso toca lo emocional.

A mí me llevaron a una comisaría de Carabineros. Tuve suerte que no me tocara la PDI, ellos son más brutos. En la cárcel conocí a (Héctor) Llaitul (jefe militar de la CAM), Ramon Llanquileo, (José) Huenuche, sus historias con la PDI y el ERTA (Equipo de Reacción Táctica de la Policía de Investigaciones) y las torturas. A mí me dieron cabezazos, culatazos; nada comparado a lo que le paso a los peñis. Cuando pasa eso no siente dolor uno; le duele más al enemigo.

Dos personas me llevaron a la CAM. Me dijeron: tú tienes cualidades políticas y militares, ¿te gustaría ser parte de un proyecto? Y ese proyecto era formarse como luchador y conocer esa experiencia sin dejar de ser persona.

El weichafe se forma desde el vientre de la madre. Ahí viene el weichan (el espíritu de lucha). Si fuera mapuche de cartón, emocional, habría tomado la lucha por gusto, como una moda, y ahora estaría en una buena pega o estudiando para ser otra cosa en la vida.

Mi formación política fue en las comunidades. Llegaba por huellas, por los caminos del territorio. Ahí se hacían redes, se entrenaba la cabeza. Hablando con las comunidades y con los jóvenes. Lo militar fue en la lucha. Y una lucha que no se planifica: que se ve ahí.

Nos agarrábamos en las plantaciones forestales, en los caminos o en sus faenas. Con los guardias privados, con los empleados de las forestales y con los pacos. Fue la lucha más bonita que he visto. Era de día o de noche, a veces no sabíamos dónde estaban ellos. Teníamos que caminar kilómetros en las plantaciones y los sorprendíamos. Las peleas eran a combos, a veces. Entre los pinos. Fue muy bonita.

Hubo gente que fue quedándose en el camino. Uno fue más constante, consecuente. Y pudo madurar y ver la lucha en un concepto más amplio, que es la reconstrucción del pueblo mapuche. Una lucha política, militar, cultural, social. Para defender el Nukemapu, la madre tierra.

Ese es el equilibro. El enemigo consiguió violentarnos culturalmente.

Los espacios sagrados nos daban firmeza, ideas y dignidad. Los mapuche fueron fuertes y hoy son débiles. La colonización trastocó los valores espirituales del mapuche.

La CAM fue una expresión que se transformó en una idea de lucha, en el germen que alimenta la idea de los que luchan. Pero organizacionalmente vive aún. Viven y lo dicen. Y lo hacen. Los sabotajes: ahí están. Valoro mucho lo que hacen.

La cárcel es un punto clave para cualquier luchador. ¿Por qué caímos? Hay que hacerse una autocrítica. Me fui de la CAM por esa autocrítica, por no estar de acuerdo con los peñis en la forma, no en el fondo. Lo que pasó es que las comunidades dependían de la CAM para hacer algo. Llegó un momento en que los mirábamos hacia atrás. Nos fuimos haciendo aparato. No tiene que pasar.

Y si nos volvimos aparato fue por la seguridad. Nos fuimos aislando porque el Estado estaba infiltrando a las comunidades. La gente a veces nos veía como bichos raros. Yo entiendo al peñi Llaitul en su formación winka de izquierda, que a lo mejor quiso complementarla con lucha mapuche. Es distinto a la izquierda más digna, con más formación militar. Fuimos no oyendo a los peñis. Algunos lograron entender y supieron ver que lo que había que hacer era sumarse a la lucha, no imponer una manera.

La CAM venía de un concepto winka al comienzo. Pero cuando fui a la CAM no visualizaba el concepto de organización winka. Recién ahora veo como se hacen las cosas como mapuche.

Al principio había lonkos, machis, werkenes. Funcionaba. Había cualidades de organización mapuche. Había kimches (ancianos sabios). Las machis tenían una función cultural en lo organizacional.

Después nos fuimos alejando de eso. Con la Operación Paciencia pasamos de ser una organización semiclandestina a una organización clandestina. No queríamos dejar fuera a los lonkos, pero tuvimos que hacerlo, por seguridad.

Cuando íbamos a las comunidades, pedíamos permiso o no hacíamos nada. Pero se sentían los lonkos pasados a llevar. Nos distanciamos de las comunidades.

Con la izquierda, con el MIR, tenemos diferencias. Es por la dificultad de la imposición. En la experiencia, viendo los elementos, el entendido capta: su lucha no es la nuestra. Ellos quieren alcanzar el poder sin el mapuche ahí. Y lo que nosotros queremos es reconstruir el mundo mapuche, no reinsertarnos en la sociedad.

Estuve dos años preso. En la cárcel uno tiene que saber vivir, no quebrantar sus ideas. La postura política es clave para mantenerse digno. Una vez preso, ya no se puede ser cien por ciento mapuche.

El Estado logró que mi comunidad me aislara. Hay un testigo secreto en mi comunidad. Me acusan por otras cosas. El Estado logró su objetivo: hacer de mí un enemigo interno. El testigo secreto declaró por rivalidad, por plata, por envidia, porque yo no le quitara su cargo en la comunidad.

Al Estado la CAM le provocó miedo y por eso nos respondieron así.

Hoy trato de conspirar con lo que me visto. La cosmovisión es lo central: soy un elemento más en la naturaleza. Cuando un winka ve un árbol nativo, ve dinero. Yo veo lo sagrado.

No veo perspectiva estratégica en cómo se da la lucha a veces. Quemar una escuela no tiene contenido político si no tengo algo para reemplazar esa escuela, con elementos mapuche. Eso es inmadurez política. Y no tiene perspectiva porque solo significa la militarización del territorio.

No se ha terminado la lucha. Con (Héctor) Llaitul nos encontraremos,tal vez. Pero tengo este camino.

Link: http://tinyurl.com/pcgc8ea

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