#RafealGumucio: “Lo que teníamos en los ’90 no era respeto: era asco, distancia y miedo”

El humor y la burla «es un ritual en que damos rienda suelta a la sensación de ahogo frente al poder», dice.

Rafael Gumucio

«El político adquiere el trato de honorable y el derecho a ser palanqueado».

No sólo le parece «normal y comprensible» que las rutinas humorísticas del Festival de Viña le estén dando con todo a la elite. «Me parece bastante divertida y ridícula la preocupación nacional en torno a este tema», parte el escritor y director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales, Rafael Gumucio, quien desmenuza este proceso en que la clase dirigente es satirizada en horario prime.

—Para algunos es como un castigo esperado ante tanto escándalo. ¿O se han quedado cortos ante todos estos casos?

—No sé si es un castigo: mucha gente se ríe de mí, pero no lo considero un castigo. En todo el mundo la política es parte del humor y de la sátira.

A veces en el Festival uno ve un tono de indignación, de enojo, y eso tiene que ver con los últimos acontecimientos. Anormal es lo que teníamos en Chile antes, en que los políticos tenían un estatus en que uno no se podía reír de ellos.

—Es lo que decía Osvaldo Andrade: que a los políticos les falta humildad, y que la mayor muestra de eso es que los llamen «honorables».

—Sí. Honorables no son los políticos, honorable es el cargo. El político de alguna forma adquiere el trato de «honorable» y al mismo tiempo adquiere el derecho a ser palanqueado. Todo político más o menos inteligente sabe que no se están riendo de él sino del cargo que ostenta.

—No es que se rían de la persona, sino que de su rol.

—Claro. Y ese rol es risible. Uno puede respetar a las personas, pero no al rol que ostenta. Es muy normal y sano que no se respete el rol, es un rol que les hemos dado y tiene que ser relativizado, si no es peligroso.

—¿Es parte del peaje que tienen que pagar por el privilegio que implica un cargo público?

—Sí, porque no es uno. El señor (Jorge) Pizarro es una persona civil, que vive en su casa y que tiene dos hijos bastante ricos; es una persona a la que uno puede respetar o no, o con la que uno puede tener simpatías. Pero él representa un cargo, y eso tiene que ser respetado en el sentido de que uno no puede ventilar —por ejemplo— cosas de la vida privada de un político. Pero por eso mismo, uno tiene derecho a reírse de él.

Reacción de la vocera: «¡Es muy provinciano eso!»

—¿Pero por qué entonces tenemos a la vocera de gobierno diciendo que «aceptamos todas las manifestaciones en el marco del respeto»?

—¡Es muy provinciano eso! En Estados Unidos, en la comida de los corresponsales extranjeros, el Presidente hace bromas y tienen a un humorista a cargo de reírse de él y de todos los presentes. Es extremadamente provinciana la idea de que si se ríe de alguien lo están destruyendo; el humor es una forma de evitar que la gente se vaya a los golpes, o que escupa, o que grite.

—¿Se justifica porque es una válvula de escape para la ciudadanía?

—Claro, es una forma de conflicto no conflictiva. Es un ritual en que escogemos un momento y lugar para burlarnos y dar rienda suelta a la sensación de ahogo que sentimos frente al poder.

—¿Está todo de permitido en ese contexto? ¿O tiene que tener límite?

—¿Por qué la gente siempre se pregunta por los límites y no por las posibilidades? El límite del humor no existe, porque el humor nace del límite: empieza cuando se ha pasado el límite. Por eso corre el riesgo de pasarse de la raya. A mis alumnos en la universidad les digo siempre que me tienen que sorprender, que no puedo saber qué van a hacer, porque el humor nace de contrarrestar los límites. Es una obsesión limítrofe o «borderline» por los límites.

—¿No fue pasarse de la raya cuando Edo Caroe mencionó a Carlos Larraín y el «arrollado de huaso»?

—No. El límite es que la gente no se ría, que lo encuentre fome.

—Se llega a extremos como que la secretaria de la juventud del PC trate de «sexista» y «odioso» a Caroe por la talla a Camila Vallejo y Giorgio Jackson.

—Camila Vallejo y Giorgio Jackson son personas con carné de identidad, pero también dos personajes, dos títeres; no se está hablando de ellos. El misterio de su relación sexual o no ha sido también parte de su campaña política, parte de su atractivo. Un político no puede aprovecharse de algo y después quejarse cuando otro se burla de lo mismo. Ahora, el sentido del humor de los comunistas nunca ha sido algo que uno haya comprendido mucho: el mejor humorista comunista, Joseph Stalin, mató a seis millones de personas por un par de chistes.

«Trump se ha hecho famoso porque lo columpian»

—¿La elite debe entonces acostumbrarse a este proceso? Alberto Mayol dijo hoy en El Mostrador que «la elite está para la risa» y que «el miedo se acabó, ya no está el eufemismo del respeto».

—Como siempre, llegamos tarde. Los países anglosajones tienen una frontera muy bien hecha entre que están siempre riéndose de la elite, pero con un respeto mucho mayor que el que teníamos. Y es que lo que teníamos en Chile en los 90 no era respeto; era miedo, asco, distancia, sobre todo miedo. Que la gente no se riera de Pinochet en los ’90 no era porque lo encontrara increíble. Cuando la elite se porta mal, merece que se rían de ella; cuando se porta bien, también merece ser burlada. No es sólo un castigo por hacer mal las cosas, la risa es normal: me puedo reír de Donald Trump y de Martin Luther King.

—A Bachelet nadie la tocaba, pero comenzó a caer y pasó a ser material de burla.

—Claro, pero no ella, sino que su familia. La gente se ríe de lo que ellos representan: un gordo patético, casado con una señora patética, son divertidos un poco, pero es más divertido que sean poderosos.

—Pero el humor también es protesta, ¿no? Anoche Natalia Valdebenito dijo que a Lagos y Piñera «no los queremos de vuelta».

—Claro que sí, pero también hay que ver quién lo dice. Un humorista puede decir las mismas cosas que un político o un hombre en serio, pero el humor me da un pasaporte diplomático, otro idioma: todos comprendemos —menos, parece, los voceros de gobierno— que el humor es otro lenguaje. Uno puede decir algo y puedo decir después otra cosa, uno no está obligado a ser coherente.

—Hasta ahora han pasado colados Piñera y tu primo ME-O. ¿Por qué?

—El humor tiene que ver también con la contingencia: tu chiste tiene que entenderlo la gente muy luego, y ahora la cosa gira más hacia los Compagnon y compañía. Si el Festival se hubiera hecho hace dos meses, seguro que le habría tocado a Marco. Y Piñera va a ser el protagonista de las rutinas del próximo Festival. Marco y Piñera son mejores personajes para los imitadores, más que los humoristas.

—¿Cómo se lo tendrían que tomar los políticos?

—Que tomen una posición habla del estado de ridiculez de todo este asunto. No existen «los políticos»: si hacen un chiste sobre Pizarro, no sé por qué tendría que sentirse aludida, no sé, Lily Pérez. La reacción corporativa no tiene ningún sentido. Este miedo a que te columpien y ser parte del ridículo es bastante ridículo. El político más exitoso del momento es Donald Trump, que se ha hecho famoso en base a que todo el mundo lo columpia. Él busca hacer el ridículo, no es problema.

Link: http://goo.gl/0WWdL4

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