Arturo Fontaine (columna de ayer) ha formulado una muy buena idea para el actual debate constitucional. Al sugerir retroceder a la Constitución de 1925, elude dos extremos: el de la página en blanco (la esperanza que late en los futuros cabildos) y la permanencia de las reglas de 1980 (puesto que basta que la minoría bloquee un acuerdo para que se mantengan).
No hay fórmula matemática que permita determinar cuándo o por qué una Constitución política se ha legitimado. La legitimidad que adquiere un texto constitucional es un asunto sutil, hasta cierto punto misterioso, y que, quizás, requiere ser iluminado más desde la intuición y la interpretación histórica que desde demostraciones pretendidamente empíricas y objetivas. Valga esto como justificación para que un novelista e intelectual sin pergaminos constitucionales opine en este debate.
Mis reflexiones abrevian lo que expuse el 22 de enero de 2015 en el seminario «Cambio Constitucional en Democracia», organizado por el Ministerio Secretaría General de la Presidencia, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA). Las ponencias completas se publicarán en un libro del mismo nombre, en impresión.
Un régimen dictatorial puede encauzar la transición a la democracia. La Constitución de 1980 enrumbó la transición y, con sus modificaciones posteriores -lleva la firma del Presidente Lagos-, enmarcó la vida democrática en uno de los períodos en los que el país más ha progresado.
Pero una Constitución política surgida bajo el régimen del general Pinochet es muy difícil, si no imposible, que a la larga se legitime como la Constitución de todos. La razón es que el régimen militar divide y seguirá dividiendo a la sociedad chilena. El dolor causado por la transgresión sistemática de los derechos de las personas y la condena moral que ello suscita impiden que el fundamento común de la convivencia democrática haya emergido de ese mismo régimen. Lo que divide no puede ser causa de lo que une. Un gobierno dictatorial, a la larga, difícilmente puede darle sustento a una Constitución democrática.
¿Se debe modificar la Constitución actual o trabajar con una hoja en blanco? Una opción es examinar cada artículo de la Constitución vigente. Se trataría de una reforma constitucional. La segunda opción es comenzar con una hoja en blanco, es decir, imitar lo que hizo el régimen del general Pinochet. Pienso que dejar atrás la Constitución del 80 significa no solo dejar atrás tales y cuales normas, sino que alejarse del arrogante espíritu fundacional que la anima. Ocurre que Chile no es una página en blanco, ocurre que la democracia chilena no es una página en blanco. Es una de las democracias más antiguas y respetadas del mundo. Ni Francia, ni Italia, ni Alemania tienen una tradición democrática como la nuestra. La democracia chilena ni la inventó la Constitución del 80 ni la vamos a inventar ahora. Partir de cero le resta credibilidad al nuevo texto constitucional y desmerece nuestra propia historia.
Pero hay una tercera opción: comenzar a partir de la Constitución vigente al 10 de septiembre de 1973, es decir, la Constitución política de 1925 y sus modificaciones (no pretendo ser el primero que lo haya pensado, por cierto). Fue sometida a una presión extrema, de lo cual surgen enseñanzas concretas. Ejemplo: ¿qué normas e instituciones obstaculizan fenómenos de hiperinflación como el que desestabilizó nuestra democracia? La idea es examinarla e introducirle las modificaciones pertinentes con visión de futuro.
La nueva Constitución debe ser una modificación de la Constitución que regía antes del golpe militar del 73.
El acuerdo de la mayoría de la Cámara de Diputados (22/8/73) declaró: «El Gobierno no ha incurrido en violaciones aisladas de la Constitución y de la ley, sino que ha hecho de ellas un sistema permanente de conducta». Y el Presidente Allende dijo desde La Moneda en su último discurso del 11 de septiembre del 73: «Quiero agradecerles la lealtad a este hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y las leyes y así lo hizo».
Hasta el golpe, ambos bandos invocan la Constitución vigente para legitimar su proceder. La Constitución del 25 tiene hoy gran poder simbólico. Entonces la sociedad se partió en dos. Eran los años de la Guerra Fría. Pero esa división se expresó en diferentes interpretaciones del mismo texto constitucional, cuya legitimidad jamás fue puesta en duda. Ahí están los cimientos de la casa de todos.
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